Hace 19 años atrás el país entero se conmocionó con la Tragedia de Antuco. 44 soldados conscriptos y un sargento morían en los faldeos del volcán Antuco, al ser obligados a realizar una marcha desde el refugio Los Batros hasta La Cortina en condiciones climáticas extremas.
A mí, en particular, la tragedia de Antuco me impactó profundamente. Desde hace unos 25 años el parque nacional Laguna del Laja, donde se emplaza el volcán Antuco, forma parte de mis destinos favoritos. Lo visito al menos un par de veces al año, en distintas estaciones y la belleza de sus paisajes siempre me asombra.
Revisa la entrevista realizada en el canal de Youtube de Sala de Prensa al suboficial (r) Ramón Chavarría
El día que visité por primera vez el Memorial a los Mártires de Antuco, que se levantó a orillas de la laguna del Laja el año 2011, comenzó como cualquier otro día en que salimos de paseo con una ruta en la cabeza, pero siempre sujeta a los vaivenes del camino.
La idea era llegar al menos a hacer alguno de los senderos del parque. El de Los Chilcos es de mis favoritos, porque permite ver el nacimiento del río Laja. Una vez completado, no fue difícil decidir seguir más allá y así fuimos avanzando.
Pasado el centro de esquí, de pronto me sorprendo al ver algunas cruces. Unas a borde del camino, solitarias, otras un poco más alejadas. Y de pronto se me viene de golpe a la memoria la tragedia.
Y entiendo que esas cruces marcan el lugar donde los soldados fueron cayendo.
Es una escena desgarradora.
Es difícil dimensionar lo que estos 45 mártires vivieron.
Siento tanto respeto que guardo silencio… y apago la cámara. No soy capaz de fotografiarlo. Siento demasiado pudor.
(Algo similar me ocurrió cuando visité Santa Lucía, cerca de Chaitén, donde hace unos años se produjo un alud que sepultó prácticamente medio pueblo.)
En silencio seguimos hasta el Memorial. Una gran estructura de concreto y metal destaca en el paisaje cordillerano agreste. Ubicado en el sector denominado Valle de la Luna, está enmarcado entre la Laguna del Laja y el majestuoso volcán.
Me acerco al Memorial y leo detenidamente el nombre de los 45 mártires que están ahí, grabados en placas de acero, como una manera de perpetuar su recuerdo.
La torre metálica triangular eleva hacia el cielo sus 20 metros de altura. Es hueca y tiene 45 ranuras distribuidas en sus 3 caras. Una ranura por cada mártir. El viento sopla fuerte y se escurre por cada rendija, generando un sonido que me estremece.
El ambiente de recogimiento inunda todo. Nadie corre, nadie grita. Las placas lucen las flores y recuerdos que seguramente los familiares han ido dejando.
Es difícil dejar el lugar. Siento la necesidad de permanecer ahí. Tengo la sensación de que, al irme, los estoy abandonando.
Quiero quedarme y ver si el tiempo me permite entender cómo fue posible que una tragedia de esta magnitud ocurriera. Pero sé que será en vano. No hay explicación posible. No la hay.